Cosas que no tienen repuesto
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Jorge Quiroz
Por regla general, a los menores de edad se les prohíbe jugar con cosas que no tienen repuesto.
Tratándose de la economía, también existen cosas difíciles de reponer y dentro de éstas, las más preciadas son “las expectativas”. Cualquier economista que haya intentado modelar las decisiones de inversión, habrá descubierto que ello es casi imposible, porque una parte sustancial del gasto en inversión responde precisamente a ese intangible -muy difícil de medir y más aún de predecir- que llamamos “las expectativas”. A su turno, como el gasto de inversión es por lejos el componente más volátil de la demanda agregada, en el corto plazo, lo que más influye sobre el producto y el crecimiento son, en definitiva, las expectativas de los agentes económicos.
Así como a los menores de edad se les prohíbe jugar con cosas que no tienen repuesto, a veces dan ganas de decirle a algunos que dejen de jugar con las expectativas: es muy fácil causar daño y cuesta mucho después poner las cosas en su lugar.Por estos días, estamos inmersos en una suerte de manía reformista que, qué duda cabe, está socavando las expectativas aceleradamente.
Partamos por lo obvio. Los proyectos de inversión cuya rentabilidad se calculaba con una tasa de impuestos de 20%, ahora deben ser recalculados con 35%; algunos proyectos pasarán de positivo a negativo y otros quedarán en el margen; ni la planilla Excel más imaginativa podrá torcer esa realidad. Consecuencia: inversión a la baja. Los inversionistas extranjeros, que antes debían considerar una tasa de 35% al momento de las remesas, ahora deberán considerar el pago de modo inmediato, amén de que no contarán con el DL 600: mirarán entonces dos veces el prospecto de inversión que tienen sobre el escritorio.
Ni que hablar de otros rubros como el de la educación privada, por estos días una “aventura de alto riesgo” desde todo punto de vista. En otro ámbito, si alguien estaba pensando en invertir en nuevas redes de distribución de gas, mejor que lo piense dos veces porque lo que está en el aire es un cambio de reglas del juego. Tintes más, tintes menos, lo propio debe estar también ocurriendo en un conjunto variopinto de sectores, desde el inmobiliario a las bebidas gaseosas, pasando por las centrales eléctricas, los alcoholes y el tabaco.
Así, sumando una cosa por aquí y otra por allá, no debería sorprender a nadie que por estos días las decisiones de inversión estén siendo sopesadas mucho más que antes, que algunos proyectos estén siendo derechamente cancelados y que la mayoría estén siendo postergados a la espera de ver “qué va a pasar”. Eso ya comienza a atisbarse en las cifras.
Cuando este proceso comienza, y creo que ya partió, no hay quien lo pare. La obra que se iba a construir se posterga, al proveedor ya comprometido se le dice que la cosa va para después, éste despide a su gente, el despedido deja de consumir, la confianza comienza a caer en forma generalizada, caen las ventas de durables (como ya ocurre de modo incipiente) y de ahí hasta el último bastión de estabilidad: el consumo masivo. La bolsa recibirá el impacto y, en jerga técnica, caerá el “q de Tobin”, retroalimentando el efecto negativo sobre la inversión. Es lo que los economistas llamamos “los efectos multiplicadores” o “de segunda vuelta” de la inversión, originado todo ello, como hemos visto, en una única causa: las expectativas.
Después del remezón, costará mucho levantar las expectativas. Terminados los debates y aprobadas las leyes, la tendencia será “ver y esperar” antes que actuar, como ocurrió después de la “crisis asiática”, que en Chile duró muchos años más que en Asia. Ni la tasa de interés más baja imaginable será capaz de devolver los signos vitales al paciente, como ya de hecho lo señaló agudamente Keynes en los años treinta y como lo prueba también la reciente realidad de Europa.
Entonces, y sólo entonces, acaso venga la pregunta ¿y quién nos mandó a jugar con cosas que no tienen repuesto?